sábado, 8 de noviembre de 2014

Visita imprevista al cementerio

Hoy me he encontrado con uno de mis fantasmas.
Nos hemos presentado.
Al principio no supe si me reconocía. Si sabía qué clase de hiedra nos había unido hacía tiempo. Ambas teníamos el mismo largo brazo vegetal enredado en torno a nuestra cintura. Escuché el noviembre pasado que ella había cogido una daga para arrancárselo del cuerpo. Yo no supe hacer lo mismo.
No sé si habría querido que mi fantasma me reconociera. Creo que me gustó que, fingida la ignorancia o no, volviésemos a aprender el nombre de la otra. Pero ella fue toda sonrisas, cerveza y rizos. Mi cuerpo ya había comenzado a reaccionar contra ella cuando me di cuenta de que no iba a hacerme daño. Era un pobre espectro atrapado en mi esqueleto sin ni siquiera saber que estaba allí, sin ser consciente de su propia esencia, de que me escondía de su presencia taciturna, de que de vez en cuando me asomaba para verla, para saber cómo se es tan bella estando tan mustia. Ella no podría intuir de qué forma me recuerda a mis días más tristes.
Tal vez ese rechazo de mi cuerpo era el brazo de hiedra apretándome las tripas, inmisericorde, pero ella me estaba tendiendo una mano, no las uñas; un cuchillo, no una puñalada.
Me dijo que podía volver a verla antes de desvanecerse y convertirse en ella misma, con su sonrisa, su cerveza y sus rizos, corpórea frente a mí. Eres bienvenida. Estaba escrito en las mejillas que besé cuando ella se inclinó para besar las mías. Yo asentí, cogí el cuchillo y durante el resto de la noche me quedé mirando mi corsé vegetal.
Me fui sin despedirme.


((Los fantasmas de mi pesadilla no tienen que ser los míos.))

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