domingo, 2 de noviembre de 2014

Noviembre

He llegado a pensar que el silencio significa silencio, que los paseos de náufrago son sólo formas de llenar una ciudad de asfalto; vacía, muerta, cárcel. Mi jaula de plomo y verde. Un año después ya empieza a olvidárseme cómo buscar belleza pegada a las suelas como un chicle que te encuentras al llegar a casa, con cadáveres de hormigas celebrando allí el fin de una vida corta.

Me he disfrazado de urbe, de labios rojos y ojos de gata egipcia. Las únicas huellas que deje serán las de una aguja, y así avanzo en círculos con los tobillos tambaleantes, con un abrigo demasiado grueso para un cuerpo que sólo desea estar desnudo. Si me pinchan me desinflaré y llenaré este lugar de humo para deslizarme fuera de sus barrotes. Las cadenas en mis botas están hechas de óxido y hielo, y son tan mías como mis uñas partidas tratando de reptar lejos.

Cada noche rezo al invierno por otro diciembre o un galaxo. (Ayer recordaba que Todos los Santos me dejó ver el filo de mi ya pasada futura muerte.)

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