viernes, 14 de noviembre de 2014

Migas de pan

Algún día llegarás aquí.
Será igual. Igual que yo llegué a ese lugar que ya habrás abandonado, a ese rincón que pensarás que no conozco. Llegarás aquí y estudiarás cada uno de los vértices de ese "aquí". Cada una de sus esquinas, de los meandros de su agua, cada hoja de sus árboles. Llegarás aquí, y en algún sentido eso será distinto. Seguramente no estarás lleno de humo, y tus venas no serán pura pólvora. Seguramente será un día feliz, un día como otro cualquiera. Si hubieras pensado llegar antes de llegar, si hubieras creído en algún momento que llegarías, no habrías llegado. No estarías. 
Con esos ojos que tanto ven, que tanto creen saber; con esos mismos ojos de explorador te reconocerás en todas partes. Verás tu nombre clavado en cada esquina de esta casa mal construida y pensarás que no pude haber creado algo tan imperfecto. Al mismo tiempo sabrás que no podría ser de otra forma. Este templo no podría tener otra figura. Será tan evidente que pensarás
no.
Pensarás
no puedo ser yo. No puede ser mi argamasa, no pude haber pegado estos ladrillos. Esta casa no es mía.
Pero esta niebla huele tanto a ti. Tal vez por eso no te encuentres, porque nadie reconoce su propio olor. Porque hogar no huele a hogar hasta que llegas a casa después de un viaje largo. Pero estas son tus paredes, tus muros medio en ruinas. Me dejaste piedra para construir un imperio y eso he hecho. Con las manos frías. Con costillas fragmentadas pero no hechas polvo. La carne consigue que el hueso se mantenga entero, por pequeños que sean los pedazos. 
No estoy rota. Nadie está roto. Nadie está roto porque todos estamos vivos, porque todos tenemos carne que nos salve. 
En algo sí nos parecemos. Cuando llegues aquí, cuando te sientes en el risco más cómodo y observes, cuando decidas volver a ese otro lugar compartido al que llames hogar, no escribirás
sé que era yo
en sus zócalos. No cincelarás lo que sabes en su piedra. Volverás a casa y se lo contarás a lo que —quien— ahora es tu almohada. Le dirás
he encontrado un reino que es mío, pero no estoy seguro de poder reclamar su trono. 
Y tu cama no responderá, porque los hogares son para estar, no para decirnos la verdad. En un cajón esconderás el atlas de lo que has descubierto, lo enmascararás en forma de poemas que nadie podrá entender. Tal vez nunca sepa que has llegado. Gato contorsionista, tal vez nunca encuentre tus huellas. Habrás estado aquí, habrás profanado este lugar, y jamás me lo contarás. Estaré —espero— demasiado lejos. 
Ojalá para cuando llegues haya quemado el mapa que me traería aquí de nuevo. Con cenizas, con brasas, seguramente no con fuego porque el fuego, y tú lo sabes, no se enciende con las manos mojadas. 
Le he jurado a quien no me entiende que esta es la última vez que vuelvo aquí. Y he mentido. Me avergüenzo de mis húmedas huellas, de mis mejillas de hueso empapado, de la cuña que me fragmenta aunque tenga carne para salvarme de mil batallas más. 
Vuelvo a la cama. He espolvoreado este camino con migas de pan que seguramente devorarán los pájaros, con hambre, con saña, mis buitres azules. Carroñeros de mis huesos. Vuelvo a casa. Vuelvo a casa.

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