lunes, 24 de noviembre de 2014

Ganzúas


nostalgia. 
(Del  griego νόστος «regreso» y ἄλγος «dolor»).
1. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos.
2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.


(Si he vuelto a asomarme a la ventana blanca es porque en el fondo sí quiero saber qué había en ese último verso.)

"I hope our ghosts aren’t eating you alive.
If I’m to speak for myself, I’ll tell you that
the universe is twice as big as we think it is
and you’re the only one that made that idea
less devastating."

Lucas Regazzi




(fuente de la imagen: tumblr) 

viernes, 14 de noviembre de 2014

Migas de pan

Algún día llegarás aquí.
Será igual. Igual que yo llegué a ese lugar que ya habrás abandonado, a ese rincón que pensarás que no conozco. Llegarás aquí y estudiarás cada uno de los vértices de ese "aquí". Cada una de sus esquinas, de los meandros de su agua, cada hoja de sus árboles. Llegarás aquí, y en algún sentido eso será distinto. Seguramente no estarás lleno de humo, y tus venas no serán pura pólvora. Seguramente será un día feliz, un día como otro cualquiera. Si hubieras pensado llegar antes de llegar, si hubieras creído en algún momento que llegarías, no habrías llegado. No estarías. 
Con esos ojos que tanto ven, que tanto creen saber; con esos mismos ojos de explorador te reconocerás en todas partes. Verás tu nombre clavado en cada esquina de esta casa mal construida y pensarás que no pude haber creado algo tan imperfecto. Al mismo tiempo sabrás que no podría ser de otra forma. Este templo no podría tener otra figura. Será tan evidente que pensarás
no.
Pensarás
no puedo ser yo. No puede ser mi argamasa, no pude haber pegado estos ladrillos. Esta casa no es mía.
Pero esta niebla huele tanto a ti. Tal vez por eso no te encuentres, porque nadie reconoce su propio olor. Porque hogar no huele a hogar hasta que llegas a casa después de un viaje largo. Pero estas son tus paredes, tus muros medio en ruinas. Me dejaste piedra para construir un imperio y eso he hecho. Con las manos frías. Con costillas fragmentadas pero no hechas polvo. La carne consigue que el hueso se mantenga entero, por pequeños que sean los pedazos. 
No estoy rota. Nadie está roto. Nadie está roto porque todos estamos vivos, porque todos tenemos carne que nos salve. 
En algo sí nos parecemos. Cuando llegues aquí, cuando te sientes en el risco más cómodo y observes, cuando decidas volver a ese otro lugar compartido al que llames hogar, no escribirás
sé que era yo
en sus zócalos. No cincelarás lo que sabes en su piedra. Volverás a casa y se lo contarás a lo que —quien— ahora es tu almohada. Le dirás
he encontrado un reino que es mío, pero no estoy seguro de poder reclamar su trono. 
Y tu cama no responderá, porque los hogares son para estar, no para decirnos la verdad. En un cajón esconderás el atlas de lo que has descubierto, lo enmascararás en forma de poemas que nadie podrá entender. Tal vez nunca sepa que has llegado. Gato contorsionista, tal vez nunca encuentre tus huellas. Habrás estado aquí, habrás profanado este lugar, y jamás me lo contarás. Estaré —espero— demasiado lejos. 
Ojalá para cuando llegues haya quemado el mapa que me traería aquí de nuevo. Con cenizas, con brasas, seguramente no con fuego porque el fuego, y tú lo sabes, no se enciende con las manos mojadas. 
Le he jurado a quien no me entiende que esta es la última vez que vuelvo aquí. Y he mentido. Me avergüenzo de mis húmedas huellas, de mis mejillas de hueso empapado, de la cuña que me fragmenta aunque tenga carne para salvarme de mil batallas más. 
Vuelvo a la cama. He espolvoreado este camino con migas de pan que seguramente devorarán los pájaros, con hambre, con saña, mis buitres azules. Carroñeros de mis huesos. Vuelvo a casa. Vuelvo a casa.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Visita imprevista al cementerio

Hoy me he encontrado con uno de mis fantasmas.
Nos hemos presentado.
Al principio no supe si me reconocía. Si sabía qué clase de hiedra nos había unido hacía tiempo. Ambas teníamos el mismo largo brazo vegetal enredado en torno a nuestra cintura. Escuché el noviembre pasado que ella había cogido una daga para arrancárselo del cuerpo. Yo no supe hacer lo mismo.
No sé si habría querido que mi fantasma me reconociera. Creo que me gustó que, fingida la ignorancia o no, volviésemos a aprender el nombre de la otra. Pero ella fue toda sonrisas, cerveza y rizos. Mi cuerpo ya había comenzado a reaccionar contra ella cuando me di cuenta de que no iba a hacerme daño. Era un pobre espectro atrapado en mi esqueleto sin ni siquiera saber que estaba allí, sin ser consciente de su propia esencia, de que me escondía de su presencia taciturna, de que de vez en cuando me asomaba para verla, para saber cómo se es tan bella estando tan mustia. Ella no podría intuir de qué forma me recuerda a mis días más tristes.
Tal vez ese rechazo de mi cuerpo era el brazo de hiedra apretándome las tripas, inmisericorde, pero ella me estaba tendiendo una mano, no las uñas; un cuchillo, no una puñalada.
Me dijo que podía volver a verla antes de desvanecerse y convertirse en ella misma, con su sonrisa, su cerveza y sus rizos, corpórea frente a mí. Eres bienvenida. Estaba escrito en las mejillas que besé cuando ella se inclinó para besar las mías. Yo asentí, cogí el cuchillo y durante el resto de la noche me quedé mirando mi corsé vegetal.
Me fui sin despedirme.


((Los fantasmas de mi pesadilla no tienen que ser los míos.))

domingo, 2 de noviembre de 2014

Noviembre

He llegado a pensar que el silencio significa silencio, que los paseos de náufrago son sólo formas de llenar una ciudad de asfalto; vacía, muerta, cárcel. Mi jaula de plomo y verde. Un año después ya empieza a olvidárseme cómo buscar belleza pegada a las suelas como un chicle que te encuentras al llegar a casa, con cadáveres de hormigas celebrando allí el fin de una vida corta.

Me he disfrazado de urbe, de labios rojos y ojos de gata egipcia. Las únicas huellas que deje serán las de una aguja, y así avanzo en círculos con los tobillos tambaleantes, con un abrigo demasiado grueso para un cuerpo que sólo desea estar desnudo. Si me pinchan me desinflaré y llenaré este lugar de humo para deslizarme fuera de sus barrotes. Las cadenas en mis botas están hechas de óxido y hielo, y son tan mías como mis uñas partidas tratando de reptar lejos.

Cada noche rezo al invierno por otro diciembre o un galaxo. (Ayer recordaba que Todos los Santos me dejó ver el filo de mi ya pasada futura muerte.)