lunes, 23 de febrero de 2015

Caricia al mármol

(Estatua decapitada)

En noches como esta me apetece incendiarte.
Lo sé. No soy nadie en este reflejo purpúreo de los viernes, en la borrosa negrura que se come las estrellas. No soy nadie a este lado del río, ni al otro. Tu lente ha dejado de perseguir mis pasos hace ya tiempo, pero la perspectiva de perder el puente —de haberlo perdido hace ya tanto tiempo— me encadena sin remedio allá donde puedo encontrar esos fantasmas de la Navidad pasada. Sin embargo y a pesar de que no perteneces a este mundo, a mi mundo encharcado, a menudo te dejas ver como una aparición angélica. Tu presencia fugaz y perezosa desata un caos y ondula la superficie de mi universo. La agita como ese terremoto del que todos hablan.
A veces se me ocurre que puede ser que tu odio alimente los recuerdos, que no lo hayas olvidado todo. Que por eso no me miras a los ojos.
Entonces, ante esculturas y dramas griegos, pienso que los tiempos tal vez no han cambiado tanto. Seguimos siendo los mismos que cuando lucíamos peplos y tallábamos delicados miembros. Seguimos siendo los mismos con un biombo entre nosotros.
El otro día alguien me dijo que estás dando pasos atrás. Tal vez dependa de los míos hacia delante que volvamos a encontrarnos.

(Aún así, y a pesar de todo, ya te estoy diciendo adiós.)

domingo, 1 de febrero de 2015

Burbujas


Podríamos quedarnos lejos de la orilla, fingir que sabríamos sobrevivir bajo el agua. Ya no nos queda mucho, agarrarnos de las manos, dos peces a contraluz frente contra frente. Si fuésemos algo en el mundo, esto sería. Esto. 
Tú, siempre blanco, palidez quebradiza, y sin embargo puro mármol, diamante, impenetrable. Ojos cerrados, como si nada ni nadie ni yo te importásemos. Los dedos, sin embargo, son firmes al enredar los míos, único ancla de tu cuerpo que flota inmóvil, como si ya estuvieses muerto. 
A mí podrían confundirme con un espejismo de arena en la que flotan millares de renacuajos. Algo indefinido que tiembla y agita la calma del líquido abismo, una mancha de color terroso y ojos abiertos como los de un tiburón nervioso. Las burbujas se me escapan de entre los dientes, y si hundes un dedo en mi costado tal vez sería como enterrarlo en el barro. Soy inconsistente y mis manos tiemblan contra tus nudillos. 
Podríamos contar qué hemos hecho. Qué nos han hecho. De quién es la sangre que nos mancha las mejillas incluso aquí abajo, donde la sal borra todo lo superficial con ternura y lo que perfora con escozor. 
No te veo respirar. Mis ojos temen que no vuelvas a abrir los tuyos. El aliento ya se me acaba cuando tú no has exhalado ni una sola vez. Van a explotarme los pulmones; quizás me convierta en todos los pececillos que se esconden en mi ombligo, camuflados en la arena. 
Pero siento una mano en el pelo. Y hacia arriba.