domingo, 1 de febrero de 2015

Burbujas


Podríamos quedarnos lejos de la orilla, fingir que sabríamos sobrevivir bajo el agua. Ya no nos queda mucho, agarrarnos de las manos, dos peces a contraluz frente contra frente. Si fuésemos algo en el mundo, esto sería. Esto. 
Tú, siempre blanco, palidez quebradiza, y sin embargo puro mármol, diamante, impenetrable. Ojos cerrados, como si nada ni nadie ni yo te importásemos. Los dedos, sin embargo, son firmes al enredar los míos, único ancla de tu cuerpo que flota inmóvil, como si ya estuvieses muerto. 
A mí podrían confundirme con un espejismo de arena en la que flotan millares de renacuajos. Algo indefinido que tiembla y agita la calma del líquido abismo, una mancha de color terroso y ojos abiertos como los de un tiburón nervioso. Las burbujas se me escapan de entre los dientes, y si hundes un dedo en mi costado tal vez sería como enterrarlo en el barro. Soy inconsistente y mis manos tiemblan contra tus nudillos. 
Podríamos contar qué hemos hecho. Qué nos han hecho. De quién es la sangre que nos mancha las mejillas incluso aquí abajo, donde la sal borra todo lo superficial con ternura y lo que perfora con escozor. 
No te veo respirar. Mis ojos temen que no vuelvas a abrir los tuyos. El aliento ya se me acaba cuando tú no has exhalado ni una sola vez. Van a explotarme los pulmones; quizás me convierta en todos los pececillos que se esconden en mi ombligo, camuflados en la arena. 
Pero siento una mano en el pelo. Y hacia arriba.

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